sábado, 20 de junio de 2009

CARTA ABIERTA A LA COMUNIDAD EDUCATIVA DE LA MATANZA

(O LA LECTURA BORGEANA DEL PROFESOR SILVIO MAFFEO)

El cuento El libro de arena de Jorge Luis Borges, empieza del siguiente modo: «La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes… No, decididamente no es éste, more geométrico, el mejor modo de iniciar mi relato» El texto trabaja con un tópico caro para la poética borgiana: las inclusiones infinitas contenidas en un espacio circunscripto, y la infinitud del pensamiento, la literatura, el arte, que siempre se incluye y recrea, y confunde (mezcla) al autor y al lector. Paradójicamente, en el caso de esta carta, hablar de las inclusiones y de la matemática (o de la geometría) es el mejor modo de comenzar el relato, que también incluye el pensamiento, la acción y el “arte” de proponer y sostener, día a día, una praxis pedagógica coherente con su contexto.

En algún momento, las políticas diseñadas desde escritorios oficiales determinaron que la “transformación educativa” incluía modificar la estructura del sistema educativo bonaerense para, extendiendo los estudios primarios, “retener” la matrícula que no continuaba sus estudios en el nivel medio. Los docentes fuimos designados, trasladados, “reconvertidos”, en función de la nueva estructura, y estos nuevos objetivos. Debimos entender, cuestionar, resignificar, nuestras lógicas y nuestras prácticas, recorrer un camino inédito, reinventarnos y crecer: cada EGB, cada Tercer Ciclo, cada docente a su modo, estableciendo redes poco a poco, aportando y sumando experiencias. Virrey del Pino, y la entonces EGB Nº 67, no fue la excepción.

Siempre supimos –por esos azares causales del destino que nos rejunta en una escuela y nos termina constituyendo en grupos de trabajo pedagógico-didácticos– que la matemática no es una simple cuestión de números (no ahondaremos en esto, ya que magistralmente lo afirmaron desde Pitágoras hasta –hoy y acá– Adrián Paenza) Y siempre supimos que el campo pedagógico, como el intelectual y todo otro, es un espacio de producción que no excluye las ambiciones personales, el desvirtuar o hasta boicotear una propuesta para puro y simple beneficio personal, en síntesis, las ansias de estrellato: las vanidades y sus hogueras. Siempre lo supimos acechando, y pudimos refractarlo en consecuencia, constituyéndonos en un colectivo que construyó propuestas concretas para necesidades concretas; somos testigos de que otras EGB de Virrey del Pino, entonces y ahora, obraron igual. Y entonces nos encontramos formando parte de iniciativas que proponía otra Escuela y en las que aportábamos, participábamos, y hasta cuestionábamos, pero siempre desde el respeto por las iniciativas y con el ánimo de sumar. Y vimos cómo fue creciendo la nuestra y propia, tímida al principio pero madura y firme con el paso del tiempo: las Olimpíadas Matemáticas y juegos de Ingenio.

El Tercer Ciclo de la antigua EGB 67 (hoy ESB Nº 26) aunó esfuerzos, voluntades, tiempos personales y grupales en una experiencia que fue creciendo año tras año, primero acompañada por las “escuelas vecinas” (que también, siempre, son “escuelas amigas”) y luego por las “escuelas lejanas” (a quienes invitábamos a ser nuestras amigas también, porque uno a los verdaderos amigos los convida, aun cuando lo que se tiene para ofrecer sea un simple mate) Hasta tal punto creció, que comenzó a desdibujarse esa frase inicial con que nos identificaban (“ la Olimpíada de la EGB 67” que después fue “de la ESB 26” ) y pasamos a ser, gustosos, de “inventores” a “organizadores” de una propuesta pedagógica que se multiplicaba al interior de muchas instituciones y que culminaba, año tras año, en el espacio de nuestra Escuela: los amigos tienen cosas en común, y se agasajan invitándose una tarde, cada tanto, a sus respectivas casas.

Fueron los docentes del Ex Tercer Ciclo de la EGB N º 67, y luego los de la ESB N º 26, los que pensaron, sostuvieron, invitaron, escucharon, recorrieron, convencieron, explicaron, capacitaron: crearon. Los que se ilusionaron, los que pusieron el hombro, los que multiplicaron. Enseguida, cuando la cosa trascendió Virrey del Pino, fueron los que coordinaron, los referentes, “los padres” de un “hijo” que, como todo hijo, tuvo en algún momento autonomía, vida propia, y llevó con orgullo la marca de su identidad: nada más (ni nada menos) que el apellido.

Cada tanto suele haber algún que otro corrillo mediático porque tal o cual escritor ganó un concurso literario y se descubrió que su obra era plagio de otra, quizás ignota. Esto suele ser dirimido en ámbitos judiciales, puesto que existen leyes de autoría intelectual: en definitiva, dinero de por medio. Nuestra “ignota” propuesta nunca estuvo guiada ni por la “autoría intelectual”, ni por el dinero, ni siquiera para terminar siendo un mamotreto de didáctica que se publicara en alguna editorial. Fue un genuino “hijo”, del que, este año, se han apropiado, al que le han cambiado la identidad (con apellido incluido), y con eso, su misma razón de ser. Ahora es una “propuesta de…”, distinta, bien distinta. Tanto que hasta probablemente podríamos ser acusados, nosotros, ahora, por plagio, puesto que ahora sí la cosa está investida de individualismo, de ansias de figuración e intereses que exceden y colisionan con los que nos movieron a nosotros.

Algún personaje confundido, que hubiese asistido nada más que a alguna de esas jornadas finales en que las diferentes Escuelas de La Matanza participaban, en nuestro edificio, de la instancia última de todo el proceso de trabajo anual, podrá haber pensado que era un despropósito que una iniciativa que crecía sólo a partir del boca en boca, sostenida sólo por esfuerzos y recursos sin otra fuente que las de las propias escuelas participantes (sus cooperadoras, sus docentes y alumnos), pudiera lograr tanto y encima, sin vedetismo, sin protagonismos, sin vanidades ni hogueras. En la realización de la fase inter-escolar de nuestra Olimpíada Distrital de Matemática y Juegos de Ingenio de 2007, nos visitó el Inspector Jefe Regional, profesor Silvio Maffeo. Y le gustó lo que vio ese día. Damos fe de que le gustó. Hasta aventuramos que le gustó demasiado. Tanto que, quizás siguiendo los preceptos borgeanos – y aquí sospechamos que el profesor Maffeo es lector de algo más que proyectos ajenos – habrá considerado que todo texto es una infinita repetición y reversión de textos anteriores. Y, quizás, obró en consecuencia.

Así fue como, un buen día de 2009, la inspectora Silvia Vendramíl, su esposa, fue nombrada coordinadora de un proyecto regional (recordemos que Región y Distrito, en La Matanza , son casi lo mismo, salvo por un trío de firmas diferentes) cuya propuesta (y letra) es demasiado similar como para no permitirnos hacer la inferencia del párrafo anterior. Lo que se presenta en 2009 como una propuesta regional que coordinan dos escuelas (una de ellas, la ESB 26) es (y no es) nuestro proyecto: lo único distinto es que le falta el proceso colectivo, el desapego por el farandulesco enunciado “mi nombre bien grande y arriba de todo”: las vanidades y su hoguera, la firma y la autoría, la participación en el campo pedagógico-didáctico desde el vedetismo y la politiquetría barata.

¿Qué esperaba la comunidad educativa –yo, en lo personal, también, obviamente– al invitar aquel fatídico día a nuestro Inspector Regional? Nada más que un “Vení, Silvio, fijate en qué andamos, mirá qué bueno cómo algo que surgió en nuestra Escuela se multiplicó hasta traspasar Virrey del Pino”. Y también –no lo niego – un “Che, Silvio, ¿qué mano nos podés dar? Esto lo venimos bancando entre nosotros, a pulmón” Así –creemos– se manejan las cosas entre colegas docentes, entre personas preocupadas por una praxis común: sabiendo que tenemos roles diferentes, vías jerárquicas, responsabilidades distintas, pero que todos –ilusos, nosotros– tiramos de un mismo carro, estamos reunidos en los mismos intereses. Si hubiéramos pensando en lucimientos personales, seguramente no estaríamos a diario en Virrey del Pino, o recorriendo escuelas en nuestro tiempo libre para incentivar e invitar a las demás a que se sumen, a que aporten. Si buscáramos ser “estrellas” o jugar en nuestro actuar el único y simple objetivo del beneficio individual (o conyugal), con una propuesta regional que desdibuja la identidad de la propuesta original, probablemente deberíamos tentar a Tinelli, pues en su programa no hay espacio para construcciones colectivas sino para “genios” individuales que intentan lucirse con brillos que sólo duran lo que una lentejuela pegada a un traje, o a un sillón.

Tal parece que algo nos perdimos en las políticas educativas, al menos en La Matanza. Acá también hay un “show bussines” que mira más el lucimiento de dos personas, antes que las propuestas que las escuelas, sus alumnos, sus familias, sus docentes, sus equipos directivos (y muchos etcéteras), construyen desde su propia identidad, y sin más sostenimiento que el que se puedan dar a sí mismos, colectivamente. En definitiva, despojados de nuestro proyecto, de nuestra historia pedagógica, sólo nos queda escribir. Esta carta intenta ser, simplemente (y pido que no se la lea con otra intención) una muestra de que hay lectores de Borges que intentan reversionar al maestro y su cuento: en La Matanza , en su sistema educativo, la línea consta de una sucesión colectiva de puntos, pero la matemática finalmente está para que se luzca la línea que va por debajo de un par de firmas.

Pablo Sposato
Director E. S. B. N ° 26
D. N.I. N ° 17.245.287

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