domingo, 14 de septiembre de 2008

Los intelectuales y la política

Carlos Girotti- Sociólogo-Conicet

Cierta vez, en el programa “Tiempo Nuevo”, que conducían el finado Neustadt y el siempre resucitado Grondona, el primero no ocultó su asombro por la profundidad y agudeza con las que Germán Abdala demolía la enjundia neoliberal de ambos. Para sobrarlo, el inefable Bernie le espetó al invitado: “Usted es dirigente gremial, pero parece que quiere ser un intelectual”. Germán no se amilanó: “¿Y qué, acaso los obreros no podemos ser intelectuales?”. Como en la mítica canción de Bob Dylan, la respuesta a la pregunta de Abdala flota en el viento.
Habrá que asir esa respuesta, pero no porque sea inmaterializable ni etérea sino porque el conocimiento instituido y aceptado queda perplejo y atónito ante semejante vuelo. Algo similar ocurre con las preguntas que formula Carta Abierta.
De repente, se le reclama a este espacio que sea más claro, que su escritura abandone ciertos giros académicos, que postergue para los cenáculos los trazos barrocos, que incida en el sentido común con un fraseo sencillo y comprensible para las grandes mayorías. O sea, lo mismo que le dijo Neustadt a Germán, pero al revés. Irrita Carta Abierta, no entra en los cánones del discurso político habitual, carece de programa explícito, rechaza las consignas, abjura del mensaje televisivo, transgrede la lengua bendecida del videoclip, el blog y el sms. ¿Qué les pasa a los intelectuales?, se preguntan entre incrédulos y ofendidos los sempiternos dueños de la palabra y el acto, los censores del decir y el obrar ajenos, los fiscales de conciencia, los monitores del deber ser de las cosas.
Nada, no les pasa nada, nada en particular que no sea que se sienten incómodos hasta con la categoría con la que se los pretende amansar y domesticar. Por eso escriben como escriben, se pronuncian, ponen el cuerpo en las marchas, se reúnen en plenarias, emiten declaraciones conjuntas con la CTA y la CGT (hecho inédito si los hay), hablan con los dirigentes de ambas centrales, intercambian pareceres con los movimientos sociales, recorren el país toda vez que otros los convocan para lanzar nuevas cartas abiertas, reciben a un ex presidente de la Nación como un asambleísta más (hecho insólito si los hay), se conmueven cuando Leonardo Favio los insta a seguir durante una jornada plenaria. Desconfiados de las viejas prácticas elitistas, rechazan la autocomplacencia y, como dicen los pibes, no se la creen, no se engrupen diríamos los más viejos. Entienden que, como ciudadanos, lo mejor que pueden hacer es usar el pensamiento crítico, aquel que viene de su práctica cotidiana como artistas plásticos, científicos, docentes, periodistas, editores, teatristas, actores, ensayistas y estudiantes.
Entonces preguntan, osan preguntar en un país de piolas que se las saben todas, un país rápido para los epítetos y las acusaciones pero moroso en el reconocimiento (como cuando los discriminaron a León Ferrari y a León Rozitchner, o los condenaron sin condena a Hermenegildo Sábat y a Pino Solanas). Los de Carta Abierta preguntan, sí, pero sin ingenuidades, porque a la hora de ponerle los puntos a las íes lo hacen en la Plaza de Mayo o en la del Congreso, junto a miles y miles que no se arredran ni aunque los cuatro jinetes del Apocalipsis vengan degollando.
Y parece que las respuestas fáciles no los convencen. ¿Qué escritura deben tener los movimientos sociales, la de las frases hechas y lugares comunes, o la de un escritor colectivo, constructor, protagonista y sujeto directo del poder popular que nos falta para avanzar más? ¿Qué clase de intelectual necesita este país en disputa, el obediente, acomodaticio y políticamente correcto; el contestario atrincherado en el living porque da igual Macri o los Kirchner; o el que resigna nombre y apellido, se funde en una práctica horizontal y asume que desde ésta debe buscar lo que las grandes mayorías aún buscan? ¿Qué cosa hay que buscar, un puestito, la alcuza con el óleo de Samuel para ganar el poroteo, el favor oficial, la palmadita adulatoria en la academia, o un rumbo, un rumbo cierto que ratifique el espíritu indómito de todas las gestas emancipatorias de este pueblo memorioso?
A ver si nos entendemos: en la Argentina del bicentenario, que es lo mismo que decir en la Latinoamérica del bicentenario, la relación entre los intelectuales y la política no es ni puede ser la de los iluminados y los oscurecidos. La vieja cultura política argentina acepta que el intelectual dé lustre pero mientras no joda demasiado o, como suele ocurrir, se lo considera parte de los equipos profesionales y técnicos del candidato de turno porque eso ayuda a “medir” en la opinión pública. Es decir, el intelectual como cosa, como objeto de uso. Y lo que aquí viene a ponerse en discusión, entre otras cuestiones, es esa cultura política por la cual ha quedado establecido que el intelectual piensa y el político actúa. Lo curioso es que esta matriz de conceptos rige tanto para las neoderechas como para ciertas izquierdas que aún hoy recitan de memoria al intelectual orgánico de Gramsci, pero ni se te ocurra discutirles el programa de laboratorio.
La elaboración del pensamiento contemporáneo no puede estar disociada de la práctica social contemporánea ya que ésta, como lo vemos ahora en Bolivia, tiene su característica principal en el conflicto de intereses. Por ende, ese pensamiento no puede ser sino acción, intervención política en la realidad, crítica e interpelación, cambio en la correlación de fuerzas. De lo contrario ¿cómo explicar que lo que la reacción procura destituir en toda la región sea, precisamente, las condiciones materiales, históricas e institucionales que realimentan al pensamiento crítico?

Fuente:Diario SUR

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