martes, 11 de marzo de 2008

Apogeo y caída del guardapolvos blanco

El guardapolvos blanco, como emblema democratizador y a la vez disciplinador, formó parte esencial de los discursos higiénicos, políticos y pedagógicos de comienzo del siglo XX.
Símbolo máximo de la escuela pública, nacido hace cien años como disciplinador elemento democrático, llevado con orgullo o fastidio, el guardapolvos entró en una curva descendente que prenuncia su final triste y solitario.
Los códigos de vestimenta que dictan las escuelas en la actualidad se han flexibilizado: en las primarias se sigue llevando el delantal blanco, pero ya no hay pautas estrictas acerca de lo que los chicos lleven por debajo. En las secundarias públicas, en cambio, ha caído en completo desuso y son muy pocas las escuelas que siguen implementándolo.
Hace poco menos de un siglo, esto hubiera sido impensado. Ellas debían ir con el guardapolvos blanco, almidonado, sin arrugas ni manchas, con medias azules, zapatos marrones, sin pelo sobre el rostro y ni pensar en accesorios. Los varones, si iban a escuela normal, también debían ponerse el delantal –sin tablitas y abotonado adelante– y debajo, un uniforme de pantalón gris y camisa celeste. En otros casos, a ellos sólo se les exigía uniforme.
A comienzos del siglo pasado, el uso del guardapolvos se planteó como una necesidad para evitar tanto las diferencias entre ricos y pobres como la coqueta ostentación de las alumnas de Buenos Aires. Pese a su obligatoriedad y masividad, no hay un único autor de la prenda que dio color a la historia de la educación argentina, pero sí está claro que quienes insistieron en su adopción eran docentes o directivos –uno de ellos, Pablo Pizzurno– que intentaban vestir los ideales de decencia, higiene e igualdad.

Fuente:Crítica

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