sábado, 11 de julio de 2009

Contra-finalidades


Por Ariel H. Colombo *
Las fuerzas neoliberales han podido finalmente reagruparse gracias al agrofascismo, cuya sedición eslabonó las reacciones dispersas contra la política de derechos humanos, de alineamiento internacional, de reindustrialización. Los progresistas ya no son lo que eran y la derecha crea sus propios monstruos acéfalos, cuerpos vivos pero sin cerebro a los que les instala el chips neoliberal para una función restauradora que ahora parece indelegable. La teratología mediática ha dado lugar al PRO y a la Coalición, con los respectivos restos peronistas y radicales. Mutantes que se reciclan al infinito, aunque deban recurrir a la cantera de traidores recientes o lejanos. La derecha ha evaluado correctamente que habiendo sido protagonista de la destrucción de una sociedad en los ’70 y de la construcción de otra en los ’90, no puede ceder gratuitamente a una escalada regulacionista. Lo que le resultaba intolerable desde el principio no alcanzó para congregar una masa crítica, pero que obtuvo cuando el Gobierno se movió económicamente en base a la autonomía conquistada. No obstante, como los resultados de la gestión desmienten una y otra vez a la oposición, la reedición menemista y la aliancista serían humaredas sin el constante acoso mediático al Gobierno. Más precisamente, sin esa mezcla de anestesia y amnesia propagadas bárbaramente cuyo efecto buscado es desensibilizar a la población y desorientarla respecto de cualquier mapa de interpretación. Pero que es consistente con el objetivo final: ningún programa mercadocrático podría aplicarse sobre ciudadanos republicanos conscientes.
Las inconsistencias de campaña aparecen, en cambio, en el oficialismo y a su izquierda, y revisten el carácter de contrafinalidad; lo cual significa que al no tomarse en cuenta lo que harán los demás, la acción tiene consecuencias negativas para todos. Kirchner advirtió en el 2003 que avanzaría por una senda de neokeynesianismo, pero nadie creyó que podría hacerlo dado el contexto. Con apenas el 22 por ciento de los votos en una elección que la derecha sumada había ganado ampliamente, transitó por un estrecho desfiladero, capitalizó las energías desatadas en el 2001 y administró los beneficios de la devaluación, hasta alcanzar un punto económico de no retorno (crecieron las reservas, los superávit, la inversión sobre el producto, etc.), pero sin intentar reformas, quizá por temor a las reacciones previsibles, pero que en ese momento todavía permanecían divididas. Más tarde, Cristina advirtió, en su primer discurso ante las Cámaras, que no sería garante de la rentabilidad de ningún sector, pero sólo la crisis externa parece haberla decidido a emprender algunos cambios sustantivos que debió haber encarado Néstor en años más propicios. Sea como fuere, los resultados de aquella gestión y de la actual posibilitan prometer, creíblemente, un futuro de mayor justicia, anticipo que el candidato Kirchner extrañamente se abstiene de hacer, a excepción de la reforma de la ley de medios, que es una iniciativa tomada de la sociedad civil. ¿Por qué no un plan de transporte público, un plan de infraestructura social que termine con la pobreza, una reforma impositiva progresiva? En el caso que tuviera planes de esta índole sería mejor que los comunique ahora, porque hay una parte de la sociedad que necesita pensar su presente desde la perspectiva de un proyecto común. No hacerlo coadyuva inintencionadamente a la probabilidad de una vuelta al pasado, algo de lo que ya se encarga de transmitir la derecha con su sola presencia. Por ser el candidato que puede hacer promesas que de hecho la situación avala, no arriesgarse con ellas infunde cierta desmoralización en votos potenciales.
Kirchner toma demasiado en cuenta a sus adversarios, que no son serios en absoluto. La derecha, porque no puede ejercer la crítica sin perfilar implícitamente un programa de indisimulable voluntad represora. Y los grupos de izquierda electoral tampoco lo son al impugnar a un gobierno por no hacer cosas que éste nunca se propuso y que si las hiciera demandaría una fuerza electoral que son incapaces por completo de aportarle. Una excepción es el agrupamiento de Sabbatella, pero transmite que los aciertos del Gobierno son el piso y no el techo, algo que los K acordarían. No es que las expresiones progresistas no tengan razón, sino que son políticamente irresponsables, sin el menor sentido de los efectos contrafinales. Si hubiera regresión, ahora o en el 2011, no hay nadie que la impida fuera del kirchnerismo y, si se produjera, la izquierda tendrá que pensar más en la práctica de la desobediencia civil. Algo bastante más complicado que dispersarse en torno de múltiples cacicazgos destinados a la autoderrota. No se trata de censurarse, sino de generar espacios de expresión que tengan por objeto exponer proyectos proporcionales a las fuerzas de que se dispone para realizarlos, no en abstracto y pujando por el juicio antigubernamental más extremo, sobre todo cuando en vista de antecedentes o logros resultaría mucho más creíble la autocrítica.
* Politólogo/Conicet.


Fuente:Página 12

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